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Hablemos de vida, de muerte. I

  • Foto del escritor: Angel R. Esponda
    Angel R. Esponda
  • 23 feb 2023
  • 3 Min. de lectura

¿Cuánto sabría yo de la vida con 25 años recorridos? De los cuales mis memorias tal vez abarcarían 10 años. Diez años de diversas experiencias, de momentos. En ocasiones se logra perder la cabeza pensando ¿Dónde es que quiero estar a mis 30, 40, 50 años? Ni si quiera sé si la vida me alcance.


La infancia, aquel camino lleno de experiencias las cuales nos forjaran en los próximos años. Con el paso del tiempo, recorremos la adolescencia y juventud enfocados en nuestras decisiones, acrecentándolas y reafirmándolas. Si corren con suerte contaran con el maravilloso “cambio”, pues no es fácil conseguir un cambio, como no es fácil contender en nuestra filosofía de vida.


Con 25 años recorridos, miento, son sólo apenas diez, o tal vez 4, o sólo dos. Y es que nuestro cerebro sólo alberga aquellos sucesos importantes que suceden a lo largo del tiempo. ¿En realidad cuánto es que he vivido? A menudo escucho decir a mi padre “hijo, lo que te falta por vivir”, mientras yo lo miro con orgullo, con esa angustia y acongojo que te hace querer decirle que estás listo, que has vivido, pero sabes que tiene razón, y sólo queda ceder ante sus palabras. Que como si se tratase de un río el cual necesite llenarse agua para correr con más fuerza y así formarse un estuario. Y ahora, lleno de fango y otras dudas, abrirá ese camino estrecho para convertirse en mar. Un mar siempre imaginario, pues detrás de un mar, siempre existe el océano. Un océano que devora, qué copula con las llamas de un padre que parece pequeño ante la inmensa fuerza, profundidad y misticismo de nuestra madre, el agua. Que al carecer de su protector luminoso, sube para tratar de tocar el pequeño faro de luz, pues al igual que nosotros los seres humanos, siente tal temor y curiosidad al observar con pleno detalle aquel líder cosmogónico que reina sobre todos los seres. Pero no tocaré ese tema, aunque la vida trate sobre ello.



Día y noche, es esta la regla que nos rige a través del tiempo. Al observar salir el sol de nuevo, es que sabemos que es un día nuevo dentro de nuestra vida. Basta con irse a dormir y ponerse a pensar en las cosas que sucedieron a partir de que nos levantamos aquella mañana, nuestros hechos podrán reducirse a horas, incluso segundos, pues también estamos regidos por conceptos, como el concepto de “comer” que dura apenas unos segundos, si en el transcurso de comer sucedió algo trascendente, entonces serán minutos o incluso en algún caso hasta horas. Es a estos hechos a los que quiero referirme, pues la vida no se basa en los minutos pasados, ni si quiera los días, se basa en nuestros hechos, aquellos acontecimientos que se quedaran dentro de nuestra mente por el resto de los días ¿Por qué hacer relevancia a aquellos que logren perdurar con el pasar de los años? Porque son los que nos seguirán como sombras al tobillo, porque no será necesario memorizarlos, o sumergirse dentro de las aguas para poder encontrar aquel tesoro, parece que siempre se encontrará flotando, como si de nuestro navío se tratase. También se hallan esos tesoros, perdidos bajo las arenas de un mar profundo, esos a los que Sigmund Freud hace relevancia dentro de la psicología.


Para estos tesoros es necesario adentrarse en aguas profundas y poco conocidas, donde la luz ya no penetra, pero el ciclo se cumple. Son en estas profundidades donde se cree la vida comenzó y siguen siendo estas la base de la vida. Aguas tan desconocidas, aguas que a veces parecen intactas por el conocimiento humano.




Angel R. Esponda

 
 
 

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Angel R. Esponda

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